Curia Nuestra Señora de la Ilusión de Avila

Desde aquí intentaremos continuar un camino de fe en compañía de Jesús en María a través de la vivencia de Legión de María a través de los Praesidia de Ávila y Segovia.

Legión de María es un movimiento de seglares, que se proponen compartir su Fe y su tiempo con los demas. Funciona con reuniones semanales de grupo, donde se ora, se revisa la actividad apostólica y se estudian temas formativos para hacer más eficaz el apostolado. Puede pertenecer todo Católico que practique fielmente su religión y desee ser útil a la Iglesia y a la sociedad.


Virgen de la Milagrosa.

Virgen de la Milagrosa.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Charla del retiro de Adviento 2014: EL ADVIENTO Y LA MISIÓN EN EL V CENTENARIO DE SANTA TERESA DE JESÚS (P. Javier OP.)




I.        ADVIENTO: LA ESPERANZA NOS ABRE A LOS HERMANOS
En medio de una crisis como la que estamos viviendo uno de los mayores peligros es perder la esperanza; cuando en una sociedad se pierde la esperanza, todo corre el riesgo de resquebrajarse y degradarse. El ser humano necesita la esperanza como necesita el aire para respirar. Es en la esperanza viva donde se encuentran las fuerzas y el ánimo para construir la fraternidad propia del  Reino que nos ha sido prometido como realización de la felicidad esperada.
Desde una perspectiva cristiana se puede decir que creer en Jesucristo es, precisamente, descubrir en él la esperanza última que anima la existencia humana. De ahí que la Iglesia, quiere anunciar el evangelio de Jesús, está llamada a ser “la comunidad de la esperanza” y su primera tarea es saber despertarla en medio del mundo. Hoy podemos decir que el mejor servicio que hace la caridad cristiana  al mundo es el de poder avivar, levantar y despertar en aquéllos que la han perdido. Fue lo que hizo Jesús cuando le pedían señales de identidad: “id y decidle a Juan lo que  estáis viendo oyendo… los ciegos, los cojos, los pobres… vuelven a la esperanza y confían”.
El adviento es un tiempo que nos invita a renovar y avivar la esperanza como Iglesia. La escucha de la Palabra de Dios en este tiempo será un aliciente que nos puede ayudar a recuperar algunos rasgos vivos para abrir caminos de esperanza.
Ante los temores provocados por la desfundamentación, por la pérdida del principio y fundamento, y ahí está la fuente de la esperanza… necesitamos tener y avivar una:

  • Esperanza lúcida y vigilante: Frente a una cultura y un modo de vivir desfundamentado, sin fuentes ni principios para la razón del sentido y el  porqué de la historia y de la fraternidad como utopía, podemos dar razón de nuestra esperanza. Jesús lo hizo de un modo existencial, desde lo concreto de Nazaret supo vivir en los sentimientos de Padre y su proyecto de vida enraizó su voluntad en unos niveles tales que él mismo se ha convertido en piedra angular paro todos nosotros. Aprendió a mirar la realidad con pasión y afecto, de una forma lúcida y vigilante. Hoy se necesitan personas que sepan mirar desde la luz que escudriña la realidad para saber discernir y distinguir los caminos de la bondad y la justicia de toda ambigüedad y cizaña que pueda habitarla. Nos toca ser profetas y vigías para que nada de lo sencillo, de lo humano y lo cotidiano se escape. Hoy necesitamos de Nazaret – taller de lo profundo en lo sencillo- en medio del mundo para contemplar y comunicar lo contemplado y ser así voz, incluso de los que no la tienen, pero a quien el Padre se la dado sin duda, en la Palabra hecha carne.
  •  Esperanza inconformista y creativa: el evangelio es claro, la salvación no está en el pasado, ni la plenitud es volver al paraíso del comienzo, sino a la plenitud del futuro, a donde se llega con la inconformidad y la creatividad. Lo sabemos, desde el humanismo cristiano, de esta crisis se sale volviendo a como estábamos antes, eso es una falacia y además no nos conviene. Hoy creemos que se puede ser más con menos, que se puede trabajar menos para poder trabajar todos, que un consumo felicitante y que puede haber hasta una economía que dé vida.   Pero falta el reto de creer que donde está nuestro tesoro está nuestro corazón y que eso supone poner la dignidad de lo humano en el centro del corazón y de las aspiraciones de nuestro ser y quehacer en la historia. Nos sabemos llamados a una vocación, que más allá de los estados clásicos de vida, nos interpela por un estado de vida que sea profético y que muestre, desde la inconformidad, la creatividad de un estilo de vida alternativo en lo personal y lo comunitario, capaz de trascender la miopía de una seguridad  insana que excluye y divide en la explotación de la desconfianza y la desesperanza. Ahora es el momento para las opciones y los compromisos, desde lo diario y lo ordinario, que proclaman que estamos saliendo de la indiferencia y apostando por la alternancia de un modo de vivir que felicitante sin cadenas, marcado por la fraternidad que da señales de que otro mundo es posible. 
  • Esperanza compartida y solidaria: Los cristianos no nos podemos permitir ser seres del pesimismo. Hay un proyecto de Reino que nos empuja y que cada día se está haciendo creíble en multitud de signos. Ya son muchos ciegos los que ven, cojos que andan, pobres que se alegran y eso nos alienta en el proceso de lo que esperamos. No hay salvación individual, la clave de la resurrección no tiene vuelta atrás: resucitará todo el hombre, todos los hombres, con toda la creación.   Ahora sólo toca compartir y caminar juntos. Hacer caminos de ilusión y de esperanza. Nos toca construir señales de lo comunitario, incluso allí donde el hombre parece más destrozado y desesperado, lugares de marginación fijada y continua; Creemos en la posibilidad de estructuras sociales, políticas, económicas, culturales que sirvan a la vida y al pueblo, y que desde ahí generen una verdadera esperanza y el deseo de una vida feliz y compartida entre los hombres, donde la felicidad y la realización no se divida ni se reste, sino que se sume y se multiplique como los panes y los peces del evangelio.
  • Esperanza enraizada en Cristo: Pero todo esto no podremos hacerlo sin el agua de la vida, sin conocer el Don de Dios, sin saber quién es el que nos pide de beber porque quiere darnos el agua de vida y hacer de nuestro corazón “una fuente que salte hasta la vida eterna” en la que puedan beber todos los que se acerquen. Jesús es para nosotros fundamento y principio de la esperanza plena. En Él se nos ha mostrado por dónde vienen la verdad, el camino y la luz. Jesús de Nazaret que supo vivir en medio del pueblo pobre, andar por todos sus caminos, encontrarse con toda la gente, acompañando, comiendo el mismo pan y bebiendo el mismo vino, Él que supo crear ambientes de calor para el amor y la confianza serena y fraterna.

Hoy el adviento que genera esperanza ha de transitar ésos mismos caminos con ésas mismas claves:
Bajar al dolor del mundo.
Encender pequeños fuegos que den cobijo y calor.
Apostar por lo comunitario: fomentar experiencias de encuentro y relación.
Defender a los humillados y ofendidos. 
a)     El ESPÍRITU Y LA MÍSTICA DEL ADVIENTO

  • Esperar es soñar: el sueño como símbolo de la utopía, es un instrumento de Dios para construir la historia de la salvación. Dios hace soñar a los hombres y en el sueño se hace promesa de que será posible lo que parece imposible: serás padre de un pueblo, seréis un pueblo, tendréis una tierra, seréis libres…En el corazón del Dios Padre encontraremos la vida eterna que nadie nos podrá arrebatar. Hemos sido hechos para volar a lo más alto, para ser libres sin límites, para vivir por encima de la muerte. Dios nos ha querido, soñado hijos suyos eternamente.
  • Esperar es anhelar: Anhelar es abrirse a la búsqueda de un horizonte para caminar, de una inquietud para vivir, de un cimiento para apoyarse, de un lugar para identificarse, de mares para navegar. Permanecer es morir; pero salir, andar, caminar en búsqueda inquieta de quien quieres ser  y hacerse, eso es vivir. El proceso es imparable y la humanidad, cansada de permanecer quieta, se siente agonizante. Así en cada uno de sus suspiros anhela volver a la fuente del agua de la vida, al espíritu, a la creación inquietante de de un amanecer que anuncia las alegrías     de lo verdaderamente humano.   No podemos renunciar al anhelo del absoluto, porque sólo en él podemos descansar con este corazón inquieto que nos golpea y empuja al nuevo día, al octavo de la resurrección y la vida.
  • Esperar es caminar en el amor: El camino es infinito, millones de años de creación y siglos de historia, pero la huella de lo más humano es cercana y hogareña, vivimos    desde las cosas de cada día. Todo es amor y lo que no lo es no es de ningún modo, queda en pura apariencia y tiene sus días contados en el regreso sin futuro ni esperanza; sólo el amor permanece, todo lo demás que se genera con desamor –la injusticia, la desigualdad, la soledad, la opresión…- aunque hoy se lleve los aplausos de un éxito aparente, no tiene verdad ni fondo, caerá como dice el evangelio como la casa sin cimientos cuando el viento de lo auténtico sople y quede manifiesto todo lo que era pura apariencia. El amor genera esperanza y es esperanza, engendrada en el amor, no quedará defraudada.
  • Esperar es inquietarse: Inquietud viva, horizonte abierto… ¡sin ti no soy nada! Como el sarmiento arrojado de la vid, como el trillo en la era abandonado, como la noria que acabó fija sin dar vueltas… Inquietud, sin ti no somos nada.   Sí, allí estás tú, inquieta, inmortal, imperecedera, aunque nosotros hayamos perdido, entre los matorrales de lo falso y de las prisas, la vereda que llevaba a la fuente de los que nos dieron la vida, la vereda de la verdad que se encuentra caminando, aun en la vejez, sin perder las raíces abriéndose en la altura de un cielo y en la inmensidad de los mares. En la vereda y en el camino se esconde la respuesta; veredas con sus fuentes y su luz nos guían al paraíso de lo auténtico y de lo original y, del mismo modo, nos iluminan a lo singular de lo divino en lo humano y de lo humano en lo divino.
b)     LA IGLESIA QUE ALIMENTA LA ESPERANZA
El Papa Francisco  está marcando, frente a la realidad sufriente y doliente del pecado, que provoca la desesperanza, una línea de evangelio que quiere ser referente de la verdadera esperanza, fundamentada en la buena notica del Evangelio de Jesucristo. En cada momento nos va mostrando, con gestos y palabras, la necesidad de ser fieles a Jesucristo, nos recuerda que Él es la Buena Noticia que debe acaparar todo nuestro anuncio.
Retos para la Iglesia:

  • Una Iglesia afectada: “Prefiero una Iglesia accidentada por salir que enferma por encerrarse”. No es más rico el que más tiene, ni el que más sabe, ni el que más puede… sino el que más siente: “donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 6,21). Se trata de ser fiel a lo que Dios ha hecho en Jesucristo; en Él no encontramos a un hombre poderoso –un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc 2,12)- ni sabio según el mundo –decían: ¿no es éste el hijo del carpintero? Mt 13,55- y mucho menos, rico – no tenía dónde reclinar la cabeza Lc 9,58-. Lo que sí encontramos es a un Dios humanado que es compasivo y misericordioso, que anda por los caminos y se deja afectar por todos, especialmente por los más débiles, y se une a ellos en cuerpo y alma: Lo que hicisteis a uno de éstos a mí me lo hicisteis, Mt 25,40. Hoy, como nunca, el mundo, la sociedad y los alejados necesitan una iglesia afectada, con sensibilidad profunda y auténtica, éste es el verdadero tesoro que llevamos en vasos de barro para que los demás puedan beber consuelo y esperanza
  • Una Iglesia arriesgada: “Que no nos venza el miedo y el pesimismo, tentaciones del maligno”. La salvación y la realización eclesial – su misión- no llegan por la seguridad, sino por el riesgo de la entrega: “El que quiera ganar su vida la perderá y el que esté dispuesto a perderla la ganará” Mc 8,35. Jesús lo tiene claro: la persona y la comunidad cristiana se realiza y se enriquece cuando se abre y arriesga sin miedo para realizar los deseos y sueños más profundos y comprometidos. Jesús hizo de su vida un proyecto arriesgado y así lo mostró sin engaño: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” Lc 9,24.
La persona y la comunidad cristiana se realizan y enriquecen cuando se abren y arriesgan sin miedo para realizar los deseos y sueños más profundos y comprometidos. “La Iglesia es enviada a despertar esta esperanza en todas partes, especialmente donde es ahogada por condiciones existenciales difíciles, a veces inhumanas, donde la esperanza no respira, se sofoca. Necesitamos el oxígeno del Evangelio, el soplo  del Espíritu de Cristo Resucitado, que vuelva a encender los corazones. La Iglesia es la casa en la que las puertas están siempre abiertas no sólo para que todos puedan encontrar acogida y respirar amor y esperanza, sino para que nosotros podamos salir para llevar este amor y esta esperanza. El Espíritu Sano nos empuja a salir de nuestro recinto y nos guía hasta las periferias de la humanidad” (Papa francisco, 15-10-2013).

  •  Una Iglesia generosa y gratuita: “Deseo una Iglesia pobre y para los pobres”. Vencer la tentación de la posesión como elemento de seguridad es condición básica para poder vivir lo comunitario y ser comprometidos. La seguridad de la institución, del número, del poder –“Di que estas piedras se conviertan en pan” Mt 4,3- pueden matar la auténtica vocación y grandeza de la Iglesia y llevarse así lo mejor de sus sueños; en especial, la dimensión comunitaria, fraterna y la capacidad de compromiso. La generosidad, como clave eclesial, enriquece y lleva a la plenitud su realidad sacramental.
  • Una Iglesia que busca el verdadero reconocimiento: “Somos príncipes, pero  príncipes del crucificado”. El éxito, que se presenta seductor y atrayente en el mundo, puede ser el mayor obstáculo para llegar a la verdadera y profunda alegría eclesial, que se gesta en la coherencia de lo auténtico y lo original. “No tentarás al Señor tu Dios” “Tírate hacia abajo: mandaré a mis ángeles para que no tropieces y todos te reconocerán” Mt 4,6-7.
Siempre va a haber llamadas más fuertes y seductoras que las del servicio y la entrega, pero no por eso más verdaderas y profundas. El reconocimiento a la Iglesia no puede venir por una defensa de la institución y sus tradiciones, sino por una vuelta a la fuente original del Evangelio, dejándonos purificar y transformar por él.

  • Una Iglesia que sirve: “Que el servicio sea nuestro poder”. Sacerdotes, obispos o Papa, sin Cristo, y éste crucificado no somos nada. Hay claves de autoridad que dan vida. Son aquellas a las que se accede desde un compromiso de servicio; cuando no es así, se cae en la tiranía aunque se revista de respaldo de mayoría o de dogmas religiosos. Caer en la tentación del poder fuera del servicio acaba anulando al que lo ejerce o al que lo sufre. “El que quiera ser el primero que sea el último  y el que quiera ser el jefe que sea el servidor de todos” Mc 10,35…Hoy, como nunca, necesitamos una Iglesia que tenga y use de verdadera autoridad, al estilo de Jesús. Una Iglesia que genere en su seno personas que ejerzan la autoridad con servicio en todos los campos:   sociales, políticos, económicos, culturales, religiosos, estudiantiles, sanitarios…
  • Una Iglesia sencilla y corresponsable: “Esto es lo que Jesús nos enseña y esto es lo que yo hago. Es mi deber, me sale del corazón y amo hacerlo”.”Tus cinco panes y dos peces”, cosa de pocos para muchos, ahí está el misterio de la Iglesia. La grandeza del misterio de lo comunitario y del verdadero compromiso no está en dar mucho o poco, no está tanto en el saber, tener o poder, sino en el querer, en el darse, en la vida. “Esta viejecita ha echado más que nadie, porque ha echado de lo que tenía para vivir” Mc 12,44. Estar desde el corazón, desde lo profundo, atento, sensible, dándose, facilitando… porque el amor es servicial.
  • Una Iglesia de la comunidad y la fraternidad: “Acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños”. “Lo tenían todo en común” Hech 4,32. Los hechos nos presentan cómo los primeros seguidores de Jesús tenían  claro que la fe era comunitaria. Una comunidad abierta al mundo: “Id por todo el mundo” Mc 16,15. El propio Jesús parte de un grupo de vida: “Los llamó para que estuvieran con Él y para enviarlos” Mc 3,14. Comunidad y misión en el mundo. Jesús convive  en comunidad viva y profunda con sus apóstoles y discípulos más cercanos; toda su vida quiere ser levadura y grano de mostaza en medio del mundo para sembrar y hacer crecer la masa con la fraternidad del reino. “Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es el signo del reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos” EG, 48.
  • Una Iglesia encarnada: “El preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura”.   Nada más lejos del Evangelio que huir de la vida, la historia, la humanidad. Encarnarse, meterse en el mundo, como la levadura en la masa, como la sal en el guiso, como el grano de trigo en la tierra, todo para darse  y entregarse, para hacer el mundo según Dios. En  Jesús, el creador  se ha hecho creatura  y nada ni nadie de este mundo le es extraño a su carne ni a su espíritu.
  • Una Iglesia universal desde los últimos: “Que la unción llegue a todos, incluso a las “periferias”, donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora”-  Jesús nos invita a pensar y sentir desde la universalidad que se ejerce cuando nos acercamos a los últimos y los pequeños, ellos nos dan la media de la universalidad y de la voluntad salvífica del Padre.
  • Una Iglesia de Cristo: “Podemos caminar todo lo que queramos, podemos edificar tantas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, la cosa no funciona”.  No hay duda, la Iglesia no puede ser sin Cristo: “Sin Él, no podemos hacer nada” Jn 15,5.  
Ø      Una Iglesia que confía en El: “Si esto hace con los lirios y con los pájaros qué no hará por vosotros, hombres de poca fe” Mt 6,28.
Ø      Una Iglesia que hace lo que Jesús ha aprendido del Padre: “Hace salir el sol sobre buenos y malos”, acoge al hijo pródigo, lo perdona todo, sale a la búsqueda de lo perdido, sana, arriesga, entrega.
Ø      Una Iglesia que lee de modo creyente la historia: Este quehacer y sentir no se improvisa, sólo puede venir dado si  se nace de lo alto: “Tienes que nacer del agua y del espíritu” Jn 3,5.
Ø      Una Iglesia con horizonte definido: Para llegar a la identidad con Cristo, podemos decir con Pablo: “Ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí Gal 2,20. “Que sean uno Padre, como tú y yo somos uno para que el mundo crea que tú me has enviado” Jn 17,21.


LAS ACTITUDES DEL DISCÍPULO MISIONERO


  •  DISCÍPULO ANTES QUE APOSTOL “Para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar Mc 3,14-15a:
El enviado por Cristo es previamente discípulo, seguidor, imitador, compañero y amigo del Maestro, identificado con Él en el pensar y en el vivir. “Para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio.  Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y despego de los bienes materiales,    de libertad frente a los poderes de este mundo, en una palabra de santidad”. ¿Vivimos conscientemente el Evangelio o hemos hecho  de la fe una cuestión rutinaria de nuestra existencia?. La cuestión es si verdaderamente el centro de nuestra vida es Cristo. Por eso es tan importante que la protectora, impulsora y modelo de nuestra misión sea santa Teresa. ¿Cómo ser Santos?   Tres caminos imprescindibles.

  •   UNA  VIDA DE ORACIÓN INTENSA
La oración es la base de una relación de amistad con el Maestro. Sin orar ni podemos conocerle ni es posible el proceso de transformación que Él quiere realizar en nosotros. El mismo Jesús dedicaba largos tiempos a la relación con su Padre. En la oración nos abrimos a la acción del Espíritu, que es el verdadero protagonista de la misión. Es Él quien nos infunde la fuerza para anunciar la alegría del Evangelio con pasión, con valentía, con ingenio, con parresía. El Espíritu es quien prepara el corazón de aquellos a quienes nos dirigimos con nuestro anuncio y quien hace posible su respuesta. Es muy importante la oración de intercesión por aquellos a los que vamos a evangelizar. La oración de intercesión tiene una fuerza poderosa  porque Dios se complace en que oremos por los hermanos.

  • VIVIR LOS SACRAMENTOS
“La fe nace y se robustece en nosotros gracias a los sacramentos sobre todo los de la iniciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, que son complementarios e inseparables. Esta verdad…se encuentra quizá desatendida en la vida de fe de no pocos cristianos, para los que estos son gestos del pasado, pero sin repercusión real en la actualidad, como raíces sin savia vital.
Cada vez que celebramos la Eucaristía  recibimos el Espíritu Santo que nos une más profundamente a Cristo y nos trasforma en Él.

  •  ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL FRECUENTE

“La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, capaces de expresar con total sinceridad nuestra vida ante quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer” EG 172.

v     ¿CÓMO ES UN DISCÍPULO MISIONERO?
1. MIRA HACIA ADELANTE CON ESPERANZA, ALEGRÍA Y CONFIANZA
En la causa del Reino, no hay tiempo para mirar hacia atrás, y menos para dejarse llevar por el pesimismo, la desesperanza o el fatalismo. Dice el Papa Francisco: “Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas y quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos y, recordar lo que el Señor dijo a san Pablo. “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad” 2 Co 12,9. El triunfo cristiano es siempre cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica” EG 85.
Una de las dificultades en la transmisión del Evangelio es que los cristianos no conseguimos transparentar ante los demás el gozo de la fe, y la vivimos más como una “tradición” o un “deber”.
2. ESTÁ SIEMPRE DISPUESTO A SALIR DE SUS SEGURIDADES
La Iglesia es una comunidad de discípulos convocada por el Señor, cuya finalidad consiste en llevar el anuncio de salvación del Evangelio hasta los extremos más remotos de la tierra, llegando a los hombres y mujeres de cada lugar y de tiempo. Los “pueblos” a los que hemos sido enviados no son sólo los diversos países del mundo, sino también los diferentes ámbitos de la vida: las familias, los barrios, los ambientes de estudio o trabajo, los grupos de amigos y los lugares de ocio. Por eso debemos estar dispuestos a salir de la propia comodidad y atrevernos a llegar a todos. “Salir a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco, sin miedo” EG, 23. Nos dice el Papa: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo…  prefiero una Iglesia accidentada, herida y     manchada por salir a la calles, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y   preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos  en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay  una multitud hambrienta y Jesús repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!” Mc 6,37. EG 49.
Un discípulo misionero vive de la alegría de anunciar la Buena Noticia. Nosotros somos invitados a redescubrir la alegría de la Evangelización. Una alegría que se expresa en fiesta y la celebración de cada pequeña victoria, cada paso adelante, cada hermano que vuelve a casa. Una alegría que se vuelve belleza en la liturgia.
3. SABE QUE NO VA SOLO: EVANGELIZA LA IGLESIA Y CON ELLA JESUCRISTO
Para un discípulo misionero la fraternidad es imprescindible. El testimonio de una vida fraterna cordial y sincera es una fuerza capaz de abrir los corazones a la fe. “Allí está la verdadera sanación, ya que el modo de relacionarnos con los demás que realmente nos sana en   lugar de enfermarnos es una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino  para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno. Precisamente en esta época, y también allí donde son un “pequeño rebaño” Lc 12,32, los discípulos del Señor son  llamados a vivir como comunidad que sea sal de la tierra,  luz del mundo. Son llamados a dar testimonio de una pertenencia evangelizadora de manera siempre nueva. ¡No nos dejemos robar la comunidad!” EG 92.

P. Javier del Valle O.P.

martes, 18 de noviembre de 2014

FRANK DUFF



Frank Duff debe ser conocido como uno de los católicos más grandes de este siglo. Su grandeza está confirmada por el hecho de que la Legión de María, organización seglar que él fundara, se halla hoy funcionando activamente en la mayoría de las diócesis del mundo. Los legionarios han mostrado fe, coraje y perseverancia al acometer los trabajos apostólicos mas comprometidos, algunas veces en medio de considerables hostilidades. Se inspiran en el ejemplo de su fundador y reflejan su espíritu en su devoción a Jesús y María, y en su amor a la Iglesia. (Dermot Ryan, Arzobispo de Dublín).



            El 7 de noviembre celebramos el 34 aniversario de la muerte de Frank Duff, hombre sencillo y humilde que buscó la santificación personal y de todos los hombres, mediante el apostolado con y por María.
            Pasó su vida en oración y acción. Cada Día participaba en la Eucaristía, rezaba el oficio divino y las oraciones legionarias. La Eucaristía constituía para él, el centro de su vida apostólica y tenía como ideal conducir las almas a Ella.
            A pesar de sus múltiples ocupaciones pasaba diariamente al menos media hora ante el Santísimo. Insistía en la vida de oración tan necesaria para la acción apostólica.

            Su espíritu de pobreza era delicado y perceptible, pero discreto. Es un legado que ha dejado a la Legión de María aunque nunca dio muestras de mezquindad. Se ha dicho de Frank Duff que fue el mayor líder seglar del siglo. Aunque en vida recibió grandes demostraciones de reconocimiento a su labor eclesial, como todos los grandes hombres, Frank era humilde y huía de la publicidad. Una muestra de su humildad fue que el primer acta de la reunión de la Legión de María el 7 de septiembre de 1921 en la lista de asistentes aparecía su nombre en primer lugar pero tachado y al final se puso “ y el Sr. Frank Duff también asistió”.


Acta de la primera reunión de la Legión de María de 7 de septiembre de 1921 donde aparece el nombre de Frank Duff tachado y añadido despues con letra del propio Frank Duff  "Padre Yoher y el Sr. Frank Duff también asistieron a la reunion"


            Frank Duff fue invitado por el Beato Pablo VI como observador laico a asistir al Concilio como auditor. El Manual de la Legión de María fue utilizado como libro de consulta para preparar los decretos conciliares.

            El cardenal O’Fiaich dijo: “Podría decirse que en el sentido espiritual era un radical, un revolucionario, porque proponía a los seglares católicos un Apostolado que no se llevaba entonces en la Iglesia. Supo enseñar a los católicos normales, corrientes, a hacer grandes cosas por Dios”.

            “Este hombre sencillo de Dublín, ha sido una de las personas que ha contribuido mayormente a la iglesia Católica en este siglo”.

            “Tenía una confianza ciega en Dios y se dedicó por entero a la Santísima Virgen, consumiéndole el celo ardiente de ayudar a todos sus hermanos en el camino hacia el cielo. “No esperaba a que los milagros se obraran por si solos, él salía a su encuentro haciendo que se produjeran”.

            Frank Duff todavía vive entre nosotros en sus deseos, en sus enseñanzas y en sus escritos. Dejándonos unos puntos para la espiritualidad cristiana: Su profunda convicción del poder de la oración. El ideal del apostolado legionario está basado en el principio de que el hombre es la obra maestra de Dios; de ahí la importancia de que toda actividad legionaria debe tener su base en el contacto personal, individual, de persona a persona. Después de las virtudes teologales, la virtud legionaria es el valor de ánimo: no perder el ánimo por las cruces, dificultades y adversidades. Para el legionario no hay fracasos, son éxitos retardados.

            El secreto de su influencia fue la santidad de vida, a la que todo legionario debe llegar, y la que la Iglesia nos reclama para ser los reformadores más auténticos y más fructíferos del mundo de hoy. También debemos pedirle su intercesión en tareas difíciles, como es ahora el atraer a los jóvenes.
            Toda la documentación para el proceso de beatificación está presentada en la Congregación para los Santos en Roma, ahora queda que los legionarios alcancemos esos milagros para llegar a los altares y ser modelo para muchos cristianos de nuestro mundo.

Editorial Boletín de Senatus de Madrid
Noviembre 2014

domingo, 28 de septiembre de 2014

PPC a Segovia: Peregrinátio Pro Christo a Segovia del 5 al 11 de Octubre de 2014.

El proximo 5 de Octubre y hasta el 11 de Octubre se va a realizar una PPC en Segovia, pero ¿qué significa PPC?, ¿que es una PPC? a continuación se explican estas dos preguntas, para que recordemos o aprendamos que quiere decir, según nos explica el Manual de Legión de Maria en el capitulo 40 "Predicad el Evangelio a todas las criaturas", Punto 8 "La Peregrinátio pro Christo".

     El anhelo de tener contacto con cada persona debe empezar con los más próximos. Pero no debe parar ahí, sino proceder y caminar con pasos simbólicos mucho más allá de la esfera de la vida normal. Este fin se ve facilitado por el movimiento legionario conocido como PPC o peregrinátio pro Christo. Denominación que ha sido tomada de la epopeya misionera de los monjes de Occidente, inmortalizados por el autor clásico Montalembert. Aquella multitud invencible "salió de su tierra, de su patria y de su casa paterna" (Gén 12, 1), y atravesó Europa durante los siglos VI y VII, y reconstruyó la fe, que se había venido abajo con la caída del Imperio Romano.

     Movida por igual idealismo, la peregrinatio envía equipos de legionarios, que disponen de tiempo y de medios y están dispuestos a emplearlos durante algún tiempo; los envía a lugares apartados donde las condiciones religiosas son malas, con "la delicada, difícil e impopular misión de revelar que Cristo es el Salvador del mundo: tarea que debe ser emprendida por el Pueblo de Dios" (Papa Pablo VI). Los lugares cercanos no se consideran propios para la peregrinatio. A ser posible, ésta deberá hacerse a un país diferente.

     Esta afirmación del principio de lanzarse por el mundo y arriesgarse en favor de la fe, aunque sea por el breve espacio de una semana o dos, es capaz de transformar la mentalidad de la Legión y de hacer a todos más imaginativos y emprendedores.




viernes, 19 de septiembre de 2014

Reapertura de la Capilla de las Nieves como Capilla de Adoración Perpetua

    Hasta ahora, servía para las celebraciones liturgicas de los movimientos eclesiasticos de la diocesis, pero a partir del 9 de septiembre, la bella Capilla de las Nieves (situada en la calle Reyes Católicos) abrió sus puertas reconvertida en una Capilla de Adoración Perpetua.

    Tras unos meses de obras para adecuar el interior del Templo a las necesidades liturgicas y acondicionarlo para su uso habitual (financiadas integramente por el Obispado de Ávila), los abulenses podran disponer de un espacio céntrico donde retirarse un tiempo ha hacer oración ante el Santisimo. Se trata de un Templo de estilo gotico de transición. que data del siglo XVI con una unica nave central y una capilla. En una amplia zona de paso para residentes y turistas, se configura este pequeño recodo de silencio y contemplación, en el que presentemos al Señor nuestras dificultades de cada día por medio de la Oración.

    La Capilla su gestión y la distribución de los turnos de adoradores que mantengan la oración durante practicamente todo el dia la gestionara la parroquia de San Juan. El acceso al interior del Templo se realizara por la callejuela lateral del mismo, miestras que la puerta que da a la calle Reyes Catolicos permanecera cerrada.

    La capulla se abrira cada dia desde las 10 de la mañana, comenzando con el rezo de Laudes, y se cerrará en torno a las 8 de la tarde con el rezo de Visperas, bendicion y la celebracion de la Eucaristía que, de modo ordinario, será la Misa de la parroquia de San Juan, que se oficia a esa misma hora.

    Como bien señala Don Jesús, aun se necesitan adoradores que mantengan la oración durante el fin de semana. Si quieres dedicar, de forma generosa, tu tiempo para esas horas, pongase en contacto con el Vicase de Pastoral, Don José María G. Somoza.

jueves, 12 de junio de 2014

Presentacion Carta Pastoral "Ya es tiempo de Caminar" 4 Junio 2014



Un centenar de personas acudieron el pasado miercoles 4 de junio por la tarde a la presentación de la última Carta Pastoral del Obispo de Ávila. Un texto breve que, bajo el título de "Ya es tiempo de caminar", ofrece las claves de la Misión Evangelizadora en la que ha embarcado la diócesis con motivo del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa. En ella, el prelado abulense desentraña las cuatro vías que ofrece la Santa como respuesta a las dificultades de la sociedad actual: la oración y cercanía con Cristo, la fraternidad y vida en comunidad, la austeridad, y el ímpetu de salir a evangelizar (como también pide con frecuencia el Papa Francisco). Con estos cuatro puntos, dice Mons. García Burillo, es posible conseguir una renovación espiritual y personal.

Don Jesús, con la Carta Pastoral entre sus manos
De fácil lectura, y con un lenguaje sencillo y directo, la Pastoral se plantea como una ayuda para la reflexión de cara a la pretendida renovación espiritual en el Centenario. En ella, se invita a toda la diócesis a participar de la Misión y a tomar conciencia de que necesitamos salir de nosotros mismos, anunciar la alegría de vivir en amistad con Cristo, que cambia nuestra vida y nos ofrece esperanza. Sólo así se podrá recobrar la fe en la iglesia, más allá de imágenes distorsionadas que de ella puedan ofrecerse.

Sigue, por tanto, la línea de los últimos Papas en aras de una Nueva Evangelización, tan necesaria en una sociedad secularizada como la nuestra, en la que, aunque se siguen bautizando muchos niños, vivimos como si Dios no existiera o no tuviera importancia para nuestras vidas. Por ello, es importante buscar nuevas formas, nuevos métodos de hacer efectiva la transmisión del Evangelio para que los cristianos encuentren la belleza y la alegría de la fe.

Don Jesús apunta también cuál es la clave de la Misión Diocesana: hacer posible el Primer Anuncio, descubrir a Cristo como un tesoro. Frente al "despiste general" que existe en la actualidad respecto a la Iglesia y a la Religión, es necesario presentar de nuevo al Señor a los más alejados, y también a los propios cristianos, para que avancen y profundicen en ese conocimiento. Y esto se realizará siguiendo el ejemplo de vida y las enseñanzas de la propia Teresa, puesto que la intención es "redescubrir a Cristo como el esposo y el amigo", como apuntaba en la presentación Jorge Zazo, delegado diocesano del V Centenario.

Sobre si la Carta Pastoral explica o no cuáles han de ser, de forma concreta, esos nuevos modos de evangelización, Zazo lo tiene claro: "A evangelizar se aprende evangelizando. Cuando los Apóstoles salieron a evangelizar, no se pararon a pensar en estrategias: simplemente salieron, fascinados por Cristo, sin miedo a comenzar algo nuevo".

La Pastoral "Ya es tiempo de caminar" se  compone de tres capítulos. En el primero de ellos, se explica qué es la Misión Diocesana, por qué se pone en marcha, y cómo se puede llevar a cabo; establece, además, la planificación de actividades para la misión, que puedan renovar por completo la vida pastoral de la diócesis, y que, con el tiempo, se pueda alcanzar la plena transformación misionera de la misma. El segundo capítulo, de forma más práctica y con interrogantes para la reflexión del lector, se explica la evangelización a través del frases del Evangelio. Por último, el tercer capítulo apunta cuáles han de ser las actitudes del discípulo misionero, que siempre ha de mirar al futuro con esperanza, alegría y confianza.

Mons. García Burillo ha anunciado su intención de escribir otra Carta Pastoral durante el Centenario, desarrollando ampliamente estos conceptos que en esta se apuntan a modo de introducción a la Misión. Porque, según sus propias palabras, esta Carta es tan sólo un comienzo, una buena forma de comenzar el Centenario "con el mejor de los ánimos".

viernes, 4 de abril de 2014

La Legión de María es reconocida como asociación internacional de fieles

El Secretario del Consejo Pontificio para los Laicos, Mons. Josef Clemens, dio a conocer el jueves 27 de marzo el decreto por el cual fueron aprobados los estatutos de la Legión de María y reconocida esta realidad eclesial como “Asociación internacional de fieles”.
Mons. Clemens destacó que la Legio Mariae es una señal de cómo el espíritu misionero de los laicos "puede andar junto con una profunda comprensión del llamado a la santidad recibido por el Bautismo". "Toda la historia de la Legión de María es un maravilloso testimonio de fe en la omnipotencia de Dios, y en la fuerza de la oración a María", afirmó.
En ese sentido, destacó que la Legión de María fue desde el inicio “un vivo testimonio de lo que Dios puede obrar a través de corazones humildes". Con más de 93 años de historia, sigue "llevando a María al mundo y, por medio de ella, el mundo a Jesús", afirmó Mons. Clemens.


lunes, 31 de marzo de 2014

Celebracion Acies Marzo 2.014 en Parroquia de San Antonio en Ávila

El pasado 22 de Marzo la Curia Nuestra Señora de la Ilusión, celebró en la Parroquia de San Antonio el Acies, aisitiendo hermanos legionarios activos y auxiliares tanto de Ávila como de Segovia.

A continuación, algunos momentos del Acto.


Hermanas rezando el Rosario:




Celebración de la Eucaristía por parte de D. José Mª. Somoza (Vicario de la Diocesis de Ávila), D. Juan Navarro (Director Espiritual de la Curia de Avila) y el P. Maximo (Director Espiritual del Praesidium "Puerta del Cielo" de la Parroquia de San Antonio). Aunque tambien nos acompañaron otros Directores Espirituales de distintos Praesidia.


De izq. a Dcha. D. Juan, Somoza y P. Maximo





Hermanas leyendo las peticiones:





Hermanas presentando las ofrendas:


Boletin de Senatus marzo 2.014





jueves, 20 de marzo de 2014

Acies, 22 de Marzo de 2014


Primeramente, sepamos qué es el Acies:

      Dada la importancia que tiene para la Legión la devoción a María, cada año se consagrarán a Ella los legionarios, individual y colectivamente, el día 25 de marzo -o en una fecha lo más cercana a ésa- en un acto solemne llamado acies.

     Esta voz latina -que significa un ejército en orden de batalla- designa con propiedad la ceremonia en que se reúnen los legionarios de María para renovar su homenaje a la Reina de la Legión, y para recibir de Ella fuerza y bendición para otro año más de lucha contra las fuerzas del mal. Acies contrasta con praesidium: el primero representa a la Legión congregada, en formación; el segundo, a la misma Legión repartida en diversas banderas, entregada cada cual a su propio campo de operaciones.

     Puesto que el Acies es el gran acto central del año para la Legión, es necesario subrayar la importancia de que acudan todos los socios. La idea fundamental de la Legión -en que estriba todo lo demás- es que se trabaja en unión con María, su Reina, y bajo su mando. El Acies es una declaración solemne de dicha unión y dependencia, la renovación -individual y colectiva- de la declaración legionaria de lealtad. Si algún legionario, pues, pudiendo acudir a la celebración, no acude, da a entender manifiestamente que no tiene nada o muy poco del espíritu de la Legión, y que no la beneficia gran cosa con haberse alistado en sus filas.

     El procedimiento es como sigue:

     En el día señalado para la ceremonia se reunirán los legionarios, si es posible, en alguna iglesia, donde se habrá colocado en sitio conveniente una imagen de María Inmaculada, adornada de flores y luces, y delante de ella un modelo grande del vexillum de la Legión, descrito en el capítulo 27.

      Empieza la celebración con un himno, y sigue después el rezo de las oraciones iniciales de la Legión, incluyendo el rosario. A continuación, un sacerdote explicará el significado del acto de consagración que se va a hacer; después de la plática, se inicia la procesión hacia la imagen de la Virgen. Van primero los directores espirituales, de uno en uno. Luego los legionarios, también de uno en uno, o de dos en dos si son muchos. Al llegar al vexillum, cada uno -o cada par- se detiene, coloca su mano en el asta del mismo y pronuncia en voz alta, como acto de consagración individual, estas palabras: Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía, y cuanto tengo tuyo es. Dicho esto, el legionario deja el vexillum, hace una pequeña inclinación de cabeza y se retira. Si por el crecido número de legionarios resultase el desfile largo y monótono, se podrá amenizar el acto con alguna música adecuada.

     No se debe usar más de un vexillum; duplicarlos abreviaría el acto, pero destruiría su unidad. Y, además, la prisa añadiría una nota discordante. La característica particular del acies deberá ser su orden y dignidad. Vueltos a sus puestos todos los legionarios, un sacerdote lee en voz alta el acto de consagración a nuestra Señora en nombre de todos los presentes. Después, todos en pie, rezan las oraciones de la catena. Luego sigue, si hay la menor posibilidad, la Bendición con el Santísimo, y se termina con las oraciones finales de la Legión y el canto de un himno, y el Acies.

     Si es posible, inclúyase en el programa la celebración de la Eucaristía, en vez de la Bendición con el Santísimo. Los otros detalles de la ceremonia permanecerían igual. La Eucaristía asumiría en si todas las consagraciones y ofrendas ya hechas, y serviría para presentarlas al Padre Eterno mediante el "único Mediador" y en el Espíritu Santo, y en las manos maternales de "la generosa compañera y humilde esclava del Señor" (LG, 61).

     La citada fórmula de consagración: Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía, y cuanto tengo tuyo es, no debe pronunciarse mecánicamente, sin meditarla. Cada socio debe condensar en ella el más alto grado de comprensión y gratitud profunda. Para ayudarse a conseguirlo debería estudiar la Síntesis mariana que aparece en el Manual como apéndice 11. Tal síntesis resume el papel singular desempeñado por María en el plan divino de la salvación, y, por consiguiente, el deber de gratitud que cada uno ha contraído con Ella.

miércoles, 19 de marzo de 2014

19 Marzo, San José, Día del Padre

Hoy celebración del San José, dia del Padre, es bueno recordar la Enciclica "REDEMPTORIS CUSTOS" (El Custodio del Redentor), Exhotación Apostólica del Beato Juan Pablo II sobre la figura y misión de San José en la Vida de Cristo y de la Iglesia.

Es extensa pero de contenido muy bueno para meditar en este día tan especial, no solo de fiesta y celebración, sino recordando a San José, Esposo de María y padre de Jesús en la Tierra.





A los Obispos
A los Sacerdotes y Diáconos
A los Religiosos y Religiosas
A todos los fieles
INTRODUCCIÓN

1. Llamado a ser el Custodio del Redentor, «José... hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24).
Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo[1], también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.
En el centenario de la publicación de la Carta Encíclica Quamquam pluries del Papa León XIII[2], y siguiendo la huella de la secular veneración a san José, deseo presentar a la consideración de vosotros, queridos hermanos y hermanas, algunas reflexiones sobre aquél al cual Dios «confió la custodia de sus tesoros más preciosos»[3], Con profunda alegría cumplo este deber pastoral, para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente.
De este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a san José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de «participar» en la economía de la salvación[4].
Considero, en efecto, que el volver a reflexionar sobre la participación del Esposo de María en el misterio divino consentirá a la Iglesia, en camino hacia el futuro junto con toda la humanidad, encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor, que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación.
Precisamente José de Nazaret «participó» en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. El participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre «nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo» (Ef 1, 5).

I. EL MARCO EVANGÉLICO
El matrimonio con María
2. «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21).
En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José, el momento de su existencia al que se refieren particularmente los Padres de la Iglesia.
El Evangelista Mateo explica el significado de este momento, delineando también como José lo ha vivido. Sin embargo, para comprender plenamente el contenido y el contexto, es importante tener presente el texto paralelo del Evangelio de Lucas. En efecto, en relación con el versículo que dice: «La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18), el origen de la gestación de María «por obra del Espíritu Santo» encuentra una descripción más amplia y explícita en el versículo que se lee en Lucas sobre la anunciación del nacimiento de Jesús: «Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc 1, 26-27). Las palabras del ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28), provocaron una turbación interior en María y, a la vez, le llevaron a la reflexión. Entonces el mensajero tranquiliza a la Virgen y, al mismo tiempo, le revela el designio especial de Dios referente a ella misma: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1, 30-32).
El evangelista había afirmado poco antes que, en el momento de la anunciación, María estaba «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David». La naturaleza de este «desposorio» es explicada indirectamente, cuando María, después de haber escuchado lo que el mensajero había dicho sobre el nacimiento del hijo, pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1, 34). Entonces le llega esta respuesta: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). María, si bien ya estaba «desposada» con José, permanecerá virgen, porque el niño, concebido en su seno desde la anunciación, había sido concebido por obra del Espíritu Santo.
En este punto el texto de Lucas coincide con el de Mateo 1, 18 y sirve para explicar lo que en él se lee. Si María, después del desposorio con José, se halló «encinta por obra del Espíritu Santo», este hecho corresponde a todo el contenido de la anunciación y, de modo particular, a las últimas palabras pronunciadas por María: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Respondiendo al claro designio de Dios, María con el paso de los días y de las semanas se manifiesta ante la gente y ante José «encinta», como aquella que debe dar a luz y lleva consigo el misterio de la maternidad.
3. A la vista de esto «su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (Mt 1, 19), pues no sabía cómo comportarse ante la «sorprendente» maternidad de María. Ciertamente buscaba una respuesta a la inquietante pregunta, pero, sobre todo, buscaba una salida a aquella situación tan difícil para él. Por tanto, cuando «reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados"» (Mt 1, 20-21).
Existe una profunda analogía entre la «anunciación» del texto de Mateo y la del texto de Lucas. El mensajero divino introduce a José en el misterio de la maternidad de María. La que según la ley es su «esposa», permaneciendo virgen, se ha convertido en madre por obra del Espíritu Santo. Y cuando el Hijo, llevado en el seno por María, venga al mundo, recibirá el nombre de Jesús. Era éste un nombre conocido entre los israelitas y, a veces, se ponía a los hijos. En este caso, sin embargo, se trata del Hijo que, según la promesa divina, cumplirá plenamente el significado de este nombre: Jesús-Yehošua', que significa, Dios salva.
El mensajero se dirige a José como al «esposo de María», aquel que, a su debido tiempo, tendrá que imponer ese nombre al Hijo que nacerá de la Virgen de Nazaret, desposada con él. El mensajero se dirige, por tanto, a José confiándole la tarea de un padre terreno respecto al Hijo de María.
«Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24). El la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo, demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la de María, en orden a lo que Dios le pedía por medio de su mensajero.

II. EL DEPOSITARIO DEL MISTERIO DE DIOS
4. Cuando María, poco después de la anunciación, se dirigió a la casa de Zacarías para visitar a su pariente Isabel, mientras la saludaba oyó las palabras pronunciadas por Isabel «llena de Espíritu Santo» (Lc 1, 41). Además de las palabras relacionadas con el saludo del ángel en la anunciación, Isabel dijo: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Estas palabras han sido el pensamiento-guía de la encíclica Redemptoris Mater, con la cual he pretendido profundizar en las enseñanzas del Concilio Vaticano II que afirma: «La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» [5] y «precedió»[6] a todos los que, mediante la fe, siguen a Cristo.
Ahora, al comienzo de esta peregrinación, la fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: «Feliz la que ha creído», en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida en aquel momento decisivo. En honor a la verdad, José no respondió al «anuncio» del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo es genuina "obediencia de la fe" (cf. Rom 1, 5; 16, 26; 2 Cor 10, 5-6).
Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe de María. Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación. El Concilio dice al respecto: «Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por él»[7]. La frase anteriormente citada, que concierne a la esencia misma de la fe, se refiere plenamente a José de Nazaret.
5. El, por tanto, se convirtió en el depositario singular del misterio «escondido desde siglos en Dios» (cf. Ef 3, 9), lo mismo que se convirtió María en aquel momento decisivo que el Apóstol llama «la plenitud de los tiempos», cuando «envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» para «rescatar a los que se hallaban bajo la ley», «para que recibieran la filiación adoptiva» (cf. Gál 4, 4-5). «Dispuso Dios —afirma el Concilio— en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef 2, 18; 2 Pe 1, 4)»[8].
De este misterio divino José es, junto con María, el primer depositario. Con María —y también en relación con María— él participa en esta fase culminante de la autorrevelación de Dios en Cristo, y participa desde el primer instante. Teniendo a la vista el texto de ambos evangelistas Mateo y Lucas, se puede decir también que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina anunciación. El es asimismo el que ha sido puesto en primer lugar por Dios en la vía de la «peregrinación de la fe», a través de la cual, María, sobre todo en el Calvario y en Pentecostés, precedió de forma eminente y singular[9].
6. La vía propia de José, su peregrinación de la fe, se concluirá antes, es decir, antes de que María se detenga ante la Cruz en el Gólgota y antes de que Ella, una vez vuelto Cristo al Padre, se encuentre en el Cenáculo de Pentecostés el día de la manifestación de la Iglesia al mundo, nacida mediante el poder del Espíritu de verdad. Sin embargo, la vía de la fe de José sigue la misma dirección, queda totalmente determinada por el mismo misterio del que él junto con María se había convertido en el primer depositario. La encarnación y la redención constituyen una unidad orgánica e indisoluble, donde el «plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí»[10]. Precisamente por esta unidad el Papa Juan XXIII, que tenía una gran devoción a san José, estableció que en el Canon romano de la Misa, memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al de María, y antes del de los Apóstoles, de los Sumos Pontífices y de los Mártires[11].
El servicio de la paternidad
7. Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de José —una relación que lo sitúa lo más cerca posible de Jesús, término de toda elección y predestinación (cf. Rom 8, 28 s.)— pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia.
Los evangelistas, aun afirmando claramente que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y que en aquel matrimonio se ha conservado la virginidad (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), llaman a José esposo de María y a María esposa de José (cf. Mt 1, 16. 18-20. 24; Lc 1, 27; 2, 5).
Y también para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. De aquí se comprende por qué las generaciones han sido enumeradas según la genealogía de José. «¿Por qué —se pregunta san Agustín— no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de María? (...) La Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño, aunque no fuera fruto suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo»[12].
El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une: «A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne»[13]. En este matrimonio no faltaron los requisitos necesarios para su constitución: «En los padres de Cristo se han cumplido todos los bienes del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento. Conocemos la prole, que es el mismo Señor Jesús; la fidelidad, porque no existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio»[14].
Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás la ponen siempre en la «indivisible unión espiritual», en la «unión de los corazones», en el «consentimiento»[15], elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en plena «libertad» el «don esponsal de sí» al acoger y expresar tal amor[16]. «En esta grande obra de renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, purificado y renovado, se convierte en una realidad nueva, en un sacramento de la nueva Alianza. Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente voluntad de purificar y santificar la familia, santuario de amor y cuna de la vida»[17].
¡Cuántas enseñanzas se derivan de todo esto para la familia! Porque «la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor» y «la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa»[18]; es en la sagrada Familia, en esta originaria «iglesia doméstica»[19], donde todas las familias cristianas deben mirarse. En efecto, «por un misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas»[20].
8. San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente «ministro de la salvación»[21]. Su paternidad se ha expresado concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa»[22].
La liturgia, al recordar que han sido confiados «a la fiel custodia de san José los primeros misterios de la salvación de los hombres»[23], precisa también que «Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y prudente, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito»[24]. León XIII subraya la sublimidad de esta misión: «El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre»[25].
Al no ser concebible que a una misión tan sublime no correspondan las cualidades exigidas para llevarla a cabo de forma adecuada, es necesario reconocer que José tuvo hacia Jesús «por don especial del cielo, todo aquel amor natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre pueda conocer»[26].
Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, «de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ef 3, 15).
En los Evangelios se expone claramente la tarea paterna de José respecto a Jesús. De hecho, la salvación, que pasa a través de la humanidad de Jesús, se realiza en los gestos que forman parte diariamente de la vida familiar, respetando aquella «condescendencia» inherente a la economía de la encarnación. Los Evangelistas están muy atentos en mostrar cómo en la vida de Jesús nada se deja a la casualidad y todo se desarrolla según un plan divinamente preestablecido. La fórmula repetida a menudo: «Así sucedió, para que se cumplieran...» y la referencia del acontecimiento descrito a un texto del Antiguo Testamento, tienden a subrayar la unidad y la continuidad del proyecto, que alcanza en Cristo su cumplimiento.
Con la encarnación las «promesas» y las «figuras» del Antiguo Testamento se hacen «realidad»: lugares, personas, hechos y ritos se entremezclan según precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio angélico y recibidos por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser «el coordinador del nacimiento del Señor»[27], aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción «ordenada» del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto «privada» como «escondida» de Jesús ha sido confiada a su custodia.
El censo
9. Dirigiéndose a Belén para el censo, de acuerdo con las disposiciones emanadas por la autoridad legítima, José, respecto al niño, cumplió la tarea importante y significativa de inscribir oficialmente el nombre «Jesús, hijo de José de Nazaret» (cf. Jn 1, 45) en el registro del Imperio. Esta inscripción manifiesta de modo evidente la pertenencia de Jesús al género humano, hombre entre los hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a las leyes e instituciones civiles, pero también «salvador del mundo». Orígenes describe acertadamente el significado teológico inherente a este hecho histórico, ciertamente nada marginal: «Dado que el primer censo de toda la tierra acaeció bajo César Augusto y, como todos los demás, también José se hizo registrar junto con María su esposa, que estaba encinta, Jesús nació antes de que el censo se hubiera llevado a cabo; a quien considere esto con profunda atención, le parecerá ver una especie de misterio en el hecho de que en la declaración de toda la tierra debiera ser censado Cristo. De este modo, registrado con todos, podía santificar a todos; inscrito en el censo con toda la tierra, a la tierra ofrecía la comunión consigo; y después de esta declaración escribía a todos los hombres de la tierra en el libro de los vivos, de modo que cuantos hubieran creído en él, fueran luego registrados en el cielo con los Santos de Aquel a quien se debe la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén»[28].
El nacimiento en Belén
10. Como depositarios del misterio «escondido desde siglos en Dios» y que empieza a realizarse ante sus ojos «en la plenitud de los tiempos», José es con María, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la venida del Hijo de Dios al mundo. Así lo narra Lucas: «Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento» (Lc 2, 6-7).
José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecido en condiciones humanamente humillantes, primer anuncio de aquel «anonadamiento» (Flp 2, 5-8), al que Cristo libremente consintió para redimir los pecados. Al mismo tiempo José fue testigo de la adoración de los pastores, llegados al lugar del nacimiento de Jesús después de que el ángel les había traído esta grande y gozosa nueva (cf. Lc 2, 15-16); más tarde fue también testigo de la adoración de los Magos, venidos de Oriente (cf. Mt 2, 11).
La circuncisión
11. Siendo la circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre, José con este rito (cf. Lc 2, 21) ejercita su derecho-deber respecto a Jesús.
El principio según el cual todos los ritos del Antiguo Testamento son una sombra de la realidad (cf. Heb 9, 9 s.; 10, 1), explica el por qué Jesús los acepta. Como para los otros ritos, también el de la circuncisión halla en Jesús el «cumplimiento». La Alianza de Dios con Abraham, de la cual la circuncisión era signo (cf. Jn 17, 13), alcanza en Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el «sí» de todas las antiguas promesas (cf. 2 Cor 1, 20).
La imposición del nombre
12. En la circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús. Este nombre es el único en el que se halla la salvación (cf. Act 4, 12); y a José le había sido revelado el significado en el instante de su «anunciación»: «Y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Al imponer el nombre, José declara su paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también su misión salvadora.
La presentación de Jesús en el templo
13. Este rito, narrado por Lucas (2, 2 ss.), incluye el rescate del primogénito e ilumina la posterior permanencia de Jesús a los doce años de edad en el templo.
El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José. En el primogénito estaba representado el pueblo de la Alianza, rescatado de la esclavitud para pertenecer a Dios. También en esto, Jesús, que es el verdadero «precio» del rescate (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23; 1 Ped 1, 19), no sólo «cumple» el rito del Antiguo Testamento, sino que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de rescate, sino el autor mismo del rescate.
El Evangelista pone de manifiesto que «su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él» (Lc 2, 33), y, de modo particular, de lo dicho por Simeón, en su canto dirigido a Dios, al indicar a Jesús como la «salvación preparada por Dios a la vista de todos los pueblos» y «luz para iluminar a los gentiles y gloria de su pueblo Israel» y, más adelante, también «señal de contradicción» (cf. Lc 2, 30-34).
La huida a Egipto
14. Después de la presentación en el templo el evangelista Lucas hace notar: «Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él» (Lc 2, 39-40).
Pero, según el texto de Mateo, antes de este regreso a Galilea, hay que situar un acontecimiento muy importante, para el que la Providencia divina recurre nuevamente a José. Leemos: «Después que ellos (los Magos) se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar el niño para matarle"» (Mt 2, 13). Con ocasión de la venida de los Magos de Oriente, Herodes supo del nacimiento del «rey de los judíos» (Mt 2, 2). Y cuando partieron los Magos él «envió a matar a todos los niños de Belén y de toda la comarca, de dos años para abajo» (Mt 2, 16). De este modo, matando a todos, quería matar a aquel recién nacido «rey de los judíos», de quien había tenido conocimiento durante la visita de los magos a su corte. Entonces José, habiendo sido advertido en sueños, «tomó al niño y a su madre y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: "De Egipto llamé a mi hijo"» (Mt 2, 14-15; cf. Os 11, 1).
De este modo, el camino de regreso de Jesús desde Belén a Nazaret pasó a través de Egipto. Así como Israel había tomado la vía del éxodo «en condición de esclavitud» para iniciar la Antigua Alianza, José, depositario y cooperador del misterio providencial de Dios, custodia también en el exilio a aquel que realiza la Nueva Alianza.
Jesús en el templo
15. Desde el momento de la anunciación, José, junto con María, se encontró en cierto sentido en la intimidad del misterio escondido desde siglos en Dios, y que se encarnó: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 14). El habitó entre los hombres, y el ámbito de su morada fue la Sagrada Familia de Nazaret, una de tantas familias de esta aldea de Galilea, una de tantas familias de Israel. Allí Jesús «crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él» (Lc 2, 40). Los Evangelios compendian en pocas palabras el largo período de la vida «oculta», durante el cual Jesús se preparaba a su misión mesiánica. Un solo episodio se sustrae a este «ocultamiento», que es descrito en el Evangelio de Lucas: la Pascua de Jerusalén, cuando Jesús tenía doce años.
Jesús participó en esta fiesta como joven peregrino junto con María y José. Y he aquí que «pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres» (Lc 2, 43). Pasado un día se dieron cuenta e iniciaron la búsqueda entre los parientes y conocidos: «Al cabo de tres días, lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles. Todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas» (Lc 2, 46-47). María le pregunta: «Hijo ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2, 48). La respuesta de Jesús fue tal que «ellos no comprendieron». El les había dicho: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme en las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49-50).
Esta respuesta la oyó José, a quien María se había referido poco antes llamándole «tu padre». Y así es lo que se decía y pensaba: «Jesús... era, según se creía, hijo de José» (Lc 3, 23). No obstante, la respuesta de Jesús en el templo habría reafirmado en la conciencia del «presunto padre» lo que éste había oído una noche doce años antes: «José ... no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1, 20). Ya desde entonces, él sabía que era depositario del misterio de Dios, y Jesús en el templo evocó exactamente este misterio: «Debo ocuparme en las cosas de mi Padre».
El mantenimiento y la educación de Jesús en Nazaret
16. El crecimiento de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» (Lc 2, 52) se desarrolla en el ámbito de la Sagrada Familia, a la vista de José, que tenía la alta misión de «criarle», esto es, alimentar, vestir e instruir a Jesús en la Ley y en un oficio, como corresponde a los deberes propios del padre.
En el sacrificio eucarístico la Iglesia venera ante todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, pero también la del bienaventurado José [29] porque «alimentó a aquel que los fieles comerían como pan de vida eterna»[30].
Por su parte, Jesús «vivía sujeto a ellos» (Lc 2, 51), correspondiendo con el respeto a las atenciones de sus «padres». De esta manera quiso santificar los deberes de la familia y del trabajo que desempeñaba al lado de José.

III. EL VARÓN JUSTO - EL ESPOSO
17. Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer «fiat» pronunciado en el momento de la anunciación mientras que José —como ya se ha dicho— en el momento de su «anunciación» no pronunció palabra alguna. Simplemente él «hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1, 24). Y este primer «hizo» es el comienzo del «camino de José». A lo largo de este camino, los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el «justo» (Mt 1, 19).
Hace falta saber leer esta verdad, porque ella contiene uno de los testimonios más importantes acerca del hombre y de su vocación. En el transcurso de las generaciones la Iglesia lee, de modo siempre atento y consciente, dicho testimonio, casi como si sacase del tesoro de esta figura insigne «lo nuevo y lo viejo» (Mt 13, 52).
18. El varón «justo» de Nazaret posee ante todo las características propias del esposo. El Evangelista habla de María como de «una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc 1, 27). Antes de que comience a cumplirse «el misterio escondido desde siglos» (Ef 3, 9) los Evangelios ponen ante nuestros ojos la imagen del esposo y de la esposa. Según la costumbre del pueblo hebreo, el matrimonio se realizaba en dos etapas: primero se celebraba el matrimonio legal (verdadero matrimonio) y, sólo después de un cierto período, el esposo introducía en su casa a la esposa. Antes de vivir con María, José era, por tanto, su «esposo»; pero María conservaba en su intimidad el deseo de entregarse a Dios de modo exclusivo. Se podría preguntar cómo se concilia este deseo con el «matrimonio». La respuesta viene sólo del desarrollo de los acontecimientos salvíficos, esto es, de la especial intervención de Dios. Desde el momento de la anunciación, María sabe que debe llevar a cabo su deseo virginal de darse a Dios de modo exclusivo y total precisamente por el hecho de llegar a ser la madre del Hijo de Dios. La maternidad por obra del Espíritu Santo es la forma de donación que el mismo Dios espera de la Virgen, «esposa prometida» de José. María pronuncia su «fiat».
El hecho de ser ella la «esposa prometida» de José está contenido en el designio mismo de Dios.
Así lo indican los dos Evangelistas citados, pero de modo particular Mateo. Son muy significativas las palabras dichas a José: «No temas en tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1, 20). Estas palabras explican el misterio de la esposa de José: María es virgen en su maternidad. En ella el «Hijo del Altísimo» asume un cuerpo humano y viene a ser «el Hijo del hombre».
Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de Nazaret. Lo que se ha cumplido en ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María. El mensajero dice claramente a José: «No temas tomar contigo a María tu mujer». Por tanto, lo que había tenido lugar antes —esto es, sus desposorios con María— había sucedido por voluntad de Dios y, consiguientemente, había que conservarlo. En su maternidad divina María ha de continuar viviendo como «una virgen, esposa de un esposo» (cf. Lc 1, 27).
19. En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor.
«José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24); lo que en ella había sido engendrado «es del Espíritu Santo». A la vista de estas expresiones, ¿no habrá que concluir que también su amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5) configura de modo perfecto el amor humano? Este amor de Dios forma también —y de modo muy singular— el amor esponsal de los cónyuges, profundizando en él todo lo que tiene de humanamente digno y bello, lo que lleva el signo del abandono exclusivo, de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del Misterio trinitario.
«José ... tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo» (Mt 1, 24-25). Estas palabras indican también otra proximidad esponsal. La profundidad de esta proximidad, es decir, la intensidad espiritual de la unión y del contacto entre personas —entre el hombre y la mujer— proviene en definitiva del Espíritu Santo, que da la vida (cf. Jn 6, 63). José, obediente al Espíritu, encontró justamente en El la fuente del amor, de su amor esponsal de hombre, y este amor fue más grande que el que aquel «varón justo» podía esperarse según la medida del propio corazón humano.
20. En la liturgia se celebra a María como «unida a José, el hombre justo, por un estrechísimo y virginal vínculo de amor»[31]. Se trata, en efecto, de dos amores que representan conjuntamente el misterio de la Iglesia, virgen y esposa, la cual encuentra en el matrimonio de María y José su propio símbolo. «La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y vivir el único misterio de la Alianza de Dios con su pueblo»[32], que es comunión de amor entre Dios y los hombres.
Mediante el sacrificio total de sí mismo José expresa su generoso amor hacia la Madre de Dios, haciéndole «don esponsal de sí». Aunque decidido a retirarse para no obstaculizar el plan de Dios que se estaba realizando en ella, él, por expresa orden del ángel, la retiene consigo y respeta su pertenencia exclusiva a Dios.
Por otra parte, es precisamente del matrimonio con María del que derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús. «Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella»[33].
21. Este vínculo de caridad constituyó la vida de la Sagrada Familia, primero en la pobreza de Belén, luego en el exilio en Egipto y, sucesivamente, en Nazaret. La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como modelo para todas las familias. La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la encarnación, constituye un misterio especial. Y —al igual que en la encarnación— a este misterio pertenece también una verdadera paternidad: la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino. En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo. Junto con la asunción de la humanidad, en Cristo está también «asumido» todo lo que es humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto está también «asumida» la paternidad humana de José.
En base a este principio adquieren su justo significado las palabras de María a Jesús en el templo: «Tu padre y yo ... te buscábamos». Esta no es una frase convencional; las palabras de la Madre de Jesús indican toda la realidad de la encarnación, que pertenece al misterio de la Familia de Nazaret. José, que desde el principio aceptó mediante la «obediencia de la fe» su paternidad humana respecto a Jesús, siguiendo la luz del Espíritu Santo, que mediante la fe se da al hombre, descubría ciertamente cada vez más el don inefable de su paternidad.
 
IV. EL TRABAJO EXPRESIÓN DEL AMOR
22. Expresión cotidiana de este amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lc 2, 51). Esta «sumisión», es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su «padre» putativo. Si la Familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra época la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de San José Obrero, el 1 de mayo. El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención.
23. En el crecimiento humano de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser «el trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y que hace al hombre «en cierto sentido más hombre»[34].
La importancia del trabajo en la vida del hombre requiere que se conozcan y asimilen aquellos contenidos «que ayuden a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey»[35].
24. Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: «San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan "grandes cosas", sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas»[36]
 
V. EL PRIMADO DE LA VIDA INTERIOR
25. También el trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José «hizo»; sin embargo permiten descubrir en sus «acciones» —ocultas por el silencio— un clima de profunda contemplación. José estaba en contacto cotidiano con el misterio «escondido desde siglos», que «puso su morada» bajo el techo de su casa. Esto explica, por ejemplo, por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a san José en la cristiandad occidental.
26. El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada «en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta»[37].
Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión[38].
27. La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva todavía a considerar el misterio de la encarnación precisamente bajo al aspecto de la humanidad de Cristo, instrumento eficaz de la divinidad en orden a la santificación de los hombres: «En virtud de la divinidad, las acciones humanas de Cristo fueron salvíficas para nosotros, produciendo en nosotros la gracia tanto por razón del mérito, como por una cierta eficacia»[39].
Entre estas acciones los Evangelistas resaltan las relativas al misterio pascual, pero tampoco olvidan subrayar la importancia del contacto físico con Jesús en orden a la curación (cf., p. e., Mc 1, 41) y el influjo ejercido por él sobre Juan Bautista, cuando ambos estaban aún en el seno materno (cf. Lc 1, 41-44).
El testimonio apostólico no ha olvidado —como hemos visto— la narración del nacimiento de Jesús, la circuncisión, la presentación en el templo, la huida a Egipto y la vida oculta en Nazaret, por el «misterio» de gracia contenido en tales «gestos», todos ellos salvíficos, al ser partícipes de la misma fuente de amor: la divinidad de Cristo. Si este amor se irradiaba a todos los hombres, a través de la humanidad de Cristo, los beneficiados en primer lugar eran ciertamente: María, su madre, y su padre putativo, José, a quienes la voluntad divina había colocado en su estrecha intimidad[40].
Puesto que el amor «paterno» de José no podía dejar de influir en el amor «filial» de Jesús y, viceversa, el amor «filial» de Jesús no podía dejar de influir en el amor «paterno» de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de esta relación singularísima? Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior.
Además, la aparente tensión entre la vida activa y la contemplativa encuentra en él una superación ideal, cosa posible en quien posee la perfección de la caridad. Según la conocida distinción entre el amor de la verdad (caritas veritatis) y la exigencia del amor (necessitas caritatis)[41], podemos decir que José ha experimentado tanto el amor a la verdad, esto es, el puro amor de contemplación de la Verdad divina que irradiaba de la humanidad de Cristo, como la exigencia del amor, esto es, el amor igualmente puro del servicio, requerido por la tutela y por el desarrollo de aquella misma humanidad.
 
VI. PATRONO DE LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO
28. En tiempos difíciles para la Iglesia, Pío IX, queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca José, lo declaró «Patrono de la Iglesia Católica»[42]. El Pontífice sabía que no se trataba de un gesto peregrino, pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, «la Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin cesar en las angustias»[43].
¿Cuáles son los motivos para tal confianza? León XIII los expone así: «Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús (...). José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia (...). Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo»[44].
29. Este patrocinio debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización en aquellos «países y naciones, en los que —como he escrito en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Christifideles laici— la religión y la vida cristiana fueron florecientes y» que «están ahora sometidos a dura prueba»[45]. Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial «poder desde lo alto» (cf. Lc 24, 49; Act 1, 8), don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de sus Santos.
30. Además de la certeza en su segura protección, la Iglesia confía también en el ejemplo insigne de José; un ejemplo que supera los estados de vida particulares y se propone a toda la Comunidad cristiana, cualesquiera que sean las condiciones y las funciones de cada fiel.
Como se dice en la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II sobre la divina Revelación, la actitud fundamental de toda la Iglesia debe ser de «religiosa escucha de la Palabra de Dios»[46], esto es, de disponibilidad absoluta para servir fielmente a la voluntad salvífica de Dios revelada en Jesús. Ya al inicio de la redención humana encontramos el modelo de obediencia —después del de María— precisamente en José, el cual se distingue por la fiel ejecución de los mandatos de Dios.
Pablo VI invitaba a invocar este patrocinio «como la Iglesia, en estos últimos tiempos suele hacer; ante todo, para sí, en una espontánea reflexión teológica sobre la relación de la acción divina con la acción humana, en la gran economía de la redención, en la que la primera, la divina, es completamente suficiente, pero la segunda, la humana, la nuestra, aunque no puede nada (cf. Jn 15, 5), nunca está dispensada de una humilde, pero condicional y ennoblecedora colaboración. Además, la Iglesia lo invoca como protector con un profundo y actualísimo deseo de hacer florecer su terrena existencia con genuinas virtudes evangélicas, como resplandecen en san José»[47].
31. La Iglesia transforma estas exigencias en oración. Y recordando que Dios ha confiado los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José, le pide que le conceda colaborar fielmente en la obra de la salvación, que le dé un corazón puro, como san José, que se entregó por entero a servir al Verbo Encarnado, y que «por el ejemplo y la intercesión de san José, servidor fiel y obediente, vivamos siempre consagrados en justicia y santidad»[48].
Hace ya cien años el Papa León XIII exhortaba al mundo católico a orar para obtener la protección de san José, patrono de toda la Iglesia. La Carta Encíclica Quamquam pluries se refería a aquel «amor paterno» que José «profesaba al niño Jesús»; a él, «próvido custodio de la Sagrada Familia» recomendaba la «heredad que Jesucristo conquistó con su sangre». Desde entonces, la Iglesia —como he recordado al comienzo— implora la protección de san José en virtud de «aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María», y le encomienda todas sus preocupaciones y los peligros que amenazan a la familia humana.
Aún hoy tenemos muchos motivos para orar con las mismas palabras de León XIII: «Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios... Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas ...; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad»[49]. Aún hoy existen suficientes motivos para encomendar a todos los hombres a san José.
32. Deseo vivamente que el presente recuerdo de la figura de san José renueve también en nosotros la intensidad de la oración que hace un siglo mi Predecesor recomendó dirigirle. Esta plegaria y la misma figura de José adquieren una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo Milenio cristiano.
El Concilio Vaticano II ha sensibilizado de nuevo a todos hacia «las grandes cosas de Dios», hacia la «economía de la salvación» de la que José fue ministro particular. Encomendándonos, por tanto, a la protección de aquel a quien Dios mismo «confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes»[50] aprendamos al mismo tiempo de él a servir a la «economía de la salvación». Que san José sea para todos un maestro singular en el servir a la misión salvífica de Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y a los padres, a quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro trabajo, a las personas llamadas a la vida contemplativa, así como a las llamadas al apostolado.
El varón justo, que llevaba consigo todo el patrimonio de la Antigua Alianza, ha sido también introducido en el «comienzo» de la nueva y eterna Alianza en Jesucristo. Que él nos indique el camino de esta Alianza salvífica, ya a las puertas del próximo Milenio, durante el cual debe perdurar y desarrollarse ulteriormente la «plenitud de los tiempos», que es propia del misterio inefable de la encarnación del Verbo.
Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, del año 1989, undécimo de mi Pontificado.

JOANNES PAULUS PP. II

Notas
[1] Cf. S. Ireneo, Adversus haereses, IV, 23, 1: S. Ch 100/2, 692-294.
[2] León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): Leonis XIII P. M. Acta, IX (1890), pp. 175-182.
[3] Sacr. Rituum Congr., Decr. Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870): Pii IX P. M. Acta, pars I, V, p. 282; Pío IX, Carta Apostól. Inclytum Patriarcham (7 de julio de 1871): l. c., pp. 331-335.
[4] Cf. S. Juan Crisóstomo, In Math. 5, 3: PG 57, 57 s.; Doctores de la Iglesia y Sumos Pontífices, en base también a la identidad del nombre, han visto en José de Egipto la figura de José de Nazaret, por haber simbolizado, en cierto modo, la labor y la grandeza de custodio de los más preciosos tesoros de Dios Padre, del Verbo Encarnado y de su Santísima Madre; cf., por ejemplo, S. Bernardo, Super «Missus est», Hom. II, 16: S. Bernardi Opera, Ed. Cist., IV, 33 s.; León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 179.
[5] Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 58.
[6] Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 63.
[7] Const. dogm. Dei Verbum sobre la divina Revelación, 5
[8] Const. dogm. Dei Verbum sobre la divina Revelación, 2.
[9] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 63.
[10] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum sobre la divina Revelación, 2.
[11] S. Congr. de los Ritos, Decr. Novis hisce temporibus (13 de noviembre de 1962): AAS 54 (1962), p. 873.
[12] S. Agustín, Sermo 51, 10, 16: PL 38, 342.
[13] S. Agustín, De nuptiis et concupiscentia, I. 11, 12: PL 44, 421; cf. De consensu evangelistarum, II, 1, 2: PL, 34, 1071; Contra Faustum, III, 2: PL, 42, 214.
[14] S. Agustín, De nuptiis et concupiscentia, I, 11, 43: PL, 44, 421; cf. Contra Iulianum, V, 12, 46: PL, 44, 810.
[15] S. Agustín, Contra Faustum, XXIII, 8; PL 42, 470 ss.; De consensu evangelistarum, II, I, 3: PL 34, 1072; Sermo 51, 13, 21: PL, 38, 344 s.; S. Tomás, Summa Theol., III, q. 29, a. 2 in conclus.
[16] Cf. Alocuciones del 9 de enero; 16 de enero; 20 de febrero de 1980: Insegnamenti, III/I (1980), pp. 88-92; 148-152; 428-431.
[17] Pablo VI, Alocución al Movimiento «Equipes Notre-Dame (4 de mayo de 1970), n. 7: AAS 62 (1970), p. 431. Análoga exaltación de la Familia de Nazaret como modelo absoluto de la comunidad familiar se halla, por ejemplo, en León XIII, Carta Apost. Neminem fugit (14 de junio de 1892): Leonis XIII P.M. Acta, XII (1892), pp. 149 s.; Benedicto XV, Motu Proprio Bonum sane (25 de julio de 1920): AAS 12 (1920), pp. 313-317.
[18] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 17; AAS 74 (1982),p. 100.
[19] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 49: AAS 74 (1982), P. 140; Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia. 11; Decreto Apostolicam actuositatem sobre el apostolado de los Seglares, 11.
[20] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 85: AAS 74 (1982), pp. 189 s.
[21] S. Juan Crisóstomo, In Matth. Hom. V, 3: PG 57, 57-58.
[22] Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1966): Insegnamenti, IV (1966), p. 110.
[23] Cf. Missale Romanum, Collecta: in «Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B. M. V.».
[24] Cf. Ibid., Praefatio in «Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B. M. V.».
[25] Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 178.
[26] Pío XII, Radiomensaje a los alumnos de las escuelas católicas de los Estados Unidos de América (19 de febrero de 1958): AAS 50 (1958), P. 174.
[27] Orígenes, Hom. XIII in Lucam, 7: S. Ch. 87, pp. 214 s.
[28] Orígenes, Hom. X in Lucam, 6: S. Ch. 87, pp. 196 s.
[29] Cf. Missale Romanum, Prex Eucharistica I.
[30] 30 Sacr. Rituum Congr.., Decr. Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870): l.c., p. 282.
[31] Colletio Missarum de Beata Maria Virgine, I, «Sancta Maria de Nazaret», Praefatio.
[32] Exhort. Apost. Familiaris consortio, (22 de noviembre de 1981), 16: AAS 74 (1982), p. 98.
[33] León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., pp. 177 s.
[34] Carta Encícl. Laborem exercens (14 de septiembre de 1981), 9: AAS 73 (1981), pp. 599 s.
[35] Cf. Carta Encícl. Laborem exercens (14 de septiembre de 1981), 24: AAS 73, 1980, p. 638. Los Sumos Pontífices en tiempos recientes han presentado constantemente a san José como «modelo» de los obreros y de los trabajadores; cf., por ejemplo, León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 180; Benedicto XV, Motu Proprio Bonum sane (25 de julio de 1920): l.c., pp. 314-316; Pío XII Alocución (11 de marzo de 1945), 4: AAS 37 (1945), p. 72; Alocución (1º de mayo de 1955): AAS 47 (1955), 406; Juan XXIII, Radiomensaje ( 1º de mayo de 1960): AAS 52 ( 1960), p. 398.
[36] Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1969): Insegnamenti, VII (1969), p. 1268.
[37] Ibid.: l.c., p. 1267.
[38] Cf. S. Tomás, Summa Theol., II-IIae. q. 82. a. 3, ad 2.
[39] Ibid., III, q. 8, a. 1, ad 1.
[40] Pío XII, Carta Encícl. Haurietis aquas (15 de mayo de 1956), III: AAS 48 (1956), p. 329 s.
[41] Cf. S. Tomás, Summa Theol., II-IIae, q. 182, a. 1. ad 3.
[42] Cf. Sacr. Rituum Congr.., Decr. Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870): l.c., p. 283.
[43] Ibid., l.c., pp.282 s.
[44] León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., pp. 177-179.
[45] Exhort. Apost. Post-Sinodal Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 34: AAS 81 (1989), p. 456.
[46] Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 1.
[47] Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1969): Insegnamenti, VII (1969), p. 1269.
[48] Cf, Missale Romanum, Collecta; Super oblata en «Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B. M. V.»; Post. comm. en «Missa votiva S. Ioseph».
[49] Cf. León XIII, «Oratio ad Sanctum Iosephum», que aparece inmediatamente después del texto de la Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): Leonis , XIII P. M. Acta, IX (1890), p. 183.
[50] Sacr. Rituum Congr., Decr. Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870): PII IX, P.M. Acta, pars I, V p. 282.



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