Curia Nuestra Señora de la Ilusión de Avila

Desde aquí intentaremos continuar un camino de fe en compañía de Jesús en María a través de la vivencia de Legión de María a través de los Praesidia de Ávila y Segovia.

Legión de María es un movimiento de seglares, que se proponen compartir su Fe y su tiempo con los demas. Funciona con reuniones semanales de grupo, donde se ora, se revisa la actividad apostólica y se estudian temas formativos para hacer más eficaz el apostolado. Puede pertenecer todo Católico que practique fielmente su religión y desee ser útil a la Iglesia y a la sociedad.


Virgen de la Milagrosa.

Virgen de la Milagrosa.

viernes, 22 de febrero de 2013

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2013

Creer en la caridad suscita caridad
«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn
4,16)

Queridos hermanos y hermanas:

La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

1. La fe como respuesta al amor de Dios

En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

2. La caridad como vida en la fe

Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).
Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).
La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).

3. El lazo indisoluble entre fe y caridad

A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.
La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).

En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.

A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.

4. Prioridad de la fe, primado de la caridad

Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).
La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).

La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13).
Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.

BENEDICTUS PP. XVI

miércoles, 13 de febrero de 2013

Meditación del Miércoles de Ceniza

La ceniza nos recuerda la fragilidad y la fugacidad de la condición humana. En el libro del Génesis se nos dice: “Porque del polvo hemos sido hechos y al polvo hemos de volver”. El primer mensaje de las cenizas es un llamado a la humildad. Humildad viene de “humus”, tierra. Ser humilde es reconocer nuestra pequeñez delante de la grandeza de la creación de Dios. Sin embargo, nuestro orgullo, nuestros sueños de grandeza nos han llevado a sentirnos dueños y señores del mundo, a tal punto que olvidamos que al hacer daño a la tierra nos hacemos daño a nosotros mismos.
 
La humildad es una de las virtudes que Dios exige al ser humano, el profeta Miqueas nos recuerda que las ofrendas que Dios prefiere son la misericordia, la justicia y la humildad. Esta especie de trinidad de las virtudes es también la trinidad de las acciones que nos pueden llevar a nuestra salvación y a la salvación de nuestro mundo. Sin humildad no podemos ver el tronco que está en nuestros ojos, ni podemos decirle al hermano que tiene una astilla en los suyos. La humildad es el camino para poder vernos tal y como somos, es una puerta abierta para reconocer nuestros errores y comenzar de nuevo.
 
La ceniza nos recuerda la necesidad del arrepentimiento. El profeta Daniel está en Babilonia, está lejos de su tierra. Como buen judío, oraba al Señor tres veces al día. En cierta ocasión, cuando leía al profeta Jeremías y recordaba como la desobediencia de  su pueblo Israel había causado una catástrofe en la vida de la nación, dispersando a los judíos por todo el mundo y trayendo la ruina sobre Jerusalén, Daniel sintió una gran carga por el pasado, el presente y el futuro de su pueblo, y realizó ayuno, vistiéndose con ropas ásperas y sentándose sobre la ceniza. Y oró a Dios diciendo: “Señor, hemos pecado y cometido maldad, hemos hecho lo malo, hemos vivido sin tomarte en cuenta, hemos abandonado tus mandamientos, no hicimos caso a tus siervos los profetas y nos sentimos avergonzados; pero de ti, Dios nuestro, es propio el ser compasivo y perdonar. Atiende, Dios mío, y escucha; mira nuestra ruina y la de la ciudad donde se invoca tu nombre. No te hacemos nuestras súplicas confiados en la rectitud de nuestra vida, sino en tu gran compasión”.
 
En este tiempo de Cuaresma que hoy comienza somos llamados a intensificar nuestra oración intercesora, una oración que refleje, con toda sinceridad, no solo nuestras preocupaciones individuales, sino nuestra preocupación por la vida de nuestra familia, de nuestra iglesia, de nuestra nación y de nuestro mundo. Interceder es comprometerse, es disponerse a ser parte de lo que queremos que suceda. Para eso es necesario arrepentirnos de nuestros pecados y pedirle a Dios que, en su misericordia, nos muestre el camino.
 
Finalmente, la ceniza es también, contradictoriamente, señal de esperanza. La ceniza es el residuo de donde hubo un fuego. Son los restos de algo que fue, son la memoria de lo que existió. ¿Cuántas ciudades y civilizaciones antiguas han sido redescubiertas a partir de unas pocas ruinas? ¿Cuántas iglesias han experimentado grandes momentos de renovación a partir de la recuperación de sus raíces y su memoria histórica? ¿En cuántos pueblos hoy de América Latina, y de otras partes del mundo, resurgen, como el ave Fénix de sus propias cenizas, los anhelos de libertad y de justicia?
 
Si las cenizas nos recuerdan que fuimos tomados del polvo de la tierra y afirman la humildad como un valor para la vida; si nos recuerdan la necesidad del arrepentimiento y la conversión para reconstruir nuestras vidas, entonces las cenizas son también un signo de esperanza. No hay posibilidad de futuro sin aprender las lecciones del pasado. Este tiempo de Cuaresma comienza con las cenizas, y esa pequeña señal de esperanza va creciendo hasta convertirse en el fuego nuevo de la resurrección, en el nuevo sol que anuncia la victoria de la vida sobre la muerte.
(Amós López, Cuba)

lunes, 11 de febrero de 2013

Comunicado oficial de renuncia del Papa Benedicto XVI

"Queridísimos hermanos,

Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia.
Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.

Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando.

Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.
Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20:00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.

Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos.
Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.

Vaticano, 10 de febrero 2013."




Si quieres  escucharlo pincha en este link de la Cadena Cope

http://www.cope.es/player/id=2013021113050001&activo=10


domingo, 10 de febrero de 2013

Homenaje al hermano legionario Antonio Gómez Talavera (Comitium de Toledo)


El pasado día 10 de noviembre  tuvo lugar un homenaje al hermano  Antonio Gómez Talavera, que junto a Pacita Santos (Hermana que trajo Legión de María a Ávila), el sacerdote  D. Victorio Garrido y otros hermanos, animados por su inquietud apostólica colaboraron para iniciar, allá por el año 1953, la Legión de María en Toledo.  El encuentro se desarrolló de forma familiar y entrañable, varios hermanos y directores espirituales dieron testimonio de su experiencia junto a este hermano. El, también,  con sus lucidos 90 años, nos enriqueció con algunas anécdotas y vicisitudes de los primeros tiempos hasta conseguir el apoyo del entonces Cardenal Arzobispo Enrique Pla y Daniel y de los sacerdotes para poder extenderse por la diócesis.
 La Santa Misa, momento culminante, estuvo presidida  por el Consiliario Diocesano D. Gustavo-Adolfo Conde Flores y concelebrada por varios directores espirituales, en ella se da gracias Dios por la fidelidad de nuestro hermano al carisma de de la Legión de María.

Misa presidida por el Consiliario Diocesano D. Gustavo-Adolfo Conde Flores

El hrno. Antonio Gómez (izquierda) con el hrno. Javier de Frutos Presidente del Senatus
A continuación tuvimos una comida fraterna y un poco de sobremesa, aprovechando los hermanos para conversar y hacerse fotos con el homenajeado, pasando de nuevo a la iglesia donde rezamos el santo rosario y las oraciones legionarias dando por finalizando este emotivo acto de homenaje  que sigue siendo referencia de todos los legionarios de María de Toledo.


miércoles, 6 de febrero de 2013

Agenda Mes de Febrero 2013

- 8 Febrero: Dia del Ayudo Voluntario.

- 11 Febrero, 17:30h: Ntra. Sra. De Lourdes Jornada Mundial del Enfermo en Residencia de Ancianos Teresa de Jornet. Conferencia y Eucaristía a Continuación.

- 16 Febrero, 16:30h: Retiro de la Diócesis de Ávila en la Casa de Ejercicios, junto al Seminario.

- 17 Febrero, a partir 10h: Jornada de Difusión Parroquia Santiago.

- 18 Febrero, a partir 18h: Jornada de Difusión Iglesia de S. Nicolás.

- 24 Febrero: Comitium de Salamanca informa en Senatus de Madrid.

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2 Marzo 19h: Rezo de Vísperas en Parroquia de Santiago.

3 Marzo 17h: Reunión de Curia Parroquia S. José Obrero.